Hay una frase de Martín Luther King, Jr., que dice que después de haber desayunado, ya hemos dependido de más de la mitad del mundo. Parece una exageración, pero cuando uno se pone a pensar en todo el viaje de los alimentos, desde que se producen hasta que están listos para comer en nuestro plato, el cálculo cobra más sentido. Efectivamente, involucra toda una serie de actores y las relaciones entre ellos, los recursos, los procesos y todas las actividades con relación a la producción, la elaboración, la distribución, la preparación y el consumo de los alimentos, incluyendo todos los impactos sociales, económicos y ambientales derivados de estas actividades y procesos. A todo este viaje se le llama sistema alimentario.
En buena medida, los sistemas alimentarios actuales contribuyen a serios problemas a nivel mundial, entre ellos el cambio climático: un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la producción de alimentos, mientras que el 10% de estas emisiones están asociadas a alimentos que no consumimos. No obstante, los sistemas alimentarios aportan mucho de la solución al hambre que padecen 811 millones de personas alrededor del mundo, para lo cual se requiere de cambios radicales en la manera en que se conceptualiza, se produce, se comercializa y se consumen los alimentos a lo largo y ancho del globo. En esta transformación, la pesca y la acuacultura deben tener un papel fundamental, en función de su potencial para proveer de alimentos nutritivos a una población que crece.
Pesca y acuacultura: oportunidades contra el hambre cero
El 16 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Alimentación, con el objetivo de concientizar y llamar a la solidaridad para combatir el hambre, la desnutrición y la pobreza. Aquí vale decir que el hambre no es únicamente la falta de alimentos, sino la consecuencia de una serie de condiciones sociales que hacen que las personas no tengan las oportunidades de alcanzar ingresos suficientes, ni la educación, ni la capacidad de desarrollar habilidades que les faciliten la satisfacción de sus necesidades básicas de salud. Otros factores, como conflictos armados, la pandemia por COVID-19, el cambio climático, por ejemplo, han hecho todavía más vulnerables al hambre a las poblaciones del mundo. En ese sentido, el problema del hambre va mucho más allá de la procuración de alimentos, por lo que todo objetivo hacia su eliminación tendría que ir ligado a estrategias que específicamente busquen erradicar sus causas.
Los alimentos acuáticos (es decir, los alimentos capturados o producidos por la pesca y la acuacultura) son una especie de súper alimentos. Además de que su consumo puede mejorar la salud humana, su producción puede tener menores impactos ambiental que la de algunos alimentos terrestres. Por si fuera poco, los alimentos acuáticos son fundamentales para lograr por lo menos 9 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS): Fin de la pobreza, Hambre cero, Salud y bienestar, Igualdad de género, Trabajo decente y crecimiento económico, Producción y consumo responsables, Acción por el clima, Vida submarina y Alianzas para lograr los objetivos.
Sin embargo, los alimentos acuáticos todavía no reciben suficiente atención en el discurso político y, por lo tanto, en el diseño y aplicación de políticas enfocadas a la erradicación del hambre. En el marco de la reciente Cumbre Mundial de los Sistemas Alimentarios, los diferentes países miembros, instituciones y diversas organizaciones han hecho públicos más de 200 compromisos para acelerar la transformación de los sistemas alimentarios. De estos compromisos, no más de 5 –entre ellos, el de la Coalición para los Alimentos Acuáticos/Azules– abordan específicamente la pesca y la acuacultura, ofreciendo caminos para mejorar el perfil de los alimentos acuáticos en los sistemas alimentarios del mundo. Lo anterior habla del carácter prioritario que la agricultura tiene para las naciones: solo por mencionar un punto de comparación, mil cincuenta millones de personas se emplean en la agricultura en todo el mundo, contra los 59 millones y medio que trabajan en pesca y acuacultura.
Por su parte, México tiene una enorme oportunidad para contribuir a erradicar el hambre y la inseguridad alimentaria, sobre todo a nivel local, donde una de cada cinco personas no cuenta con acceso seguro a alimentos. Particularmente, la pesca ribereña o de pequeña escala puede hacer mucho para cubrir las necesidades de alimentación y nutrición de nuestro país, al capturar especies no solo ricas en micronutrientes, sino culturalmente apropiadas y relativamente fáciles de almacenar y transportar. Al respecto, uno de los retos para incluir los alimentos acuáticos en los sistemas alimentarios nacionales radica en las preferencias de consumo de las personas, determinadas en gran medida por su capacidad adquisitiva, la disponibilidad en el mercado y su conocimiento de la diversidad de especies comestibles.
No obstante, el reto mayor es la voluntad política: al igual que en resto del mundo, la estrategia nacional para asegurar una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año, erradicando la des y la malnutrición, sigue centrada en la agricultura, como dejó ver la postura fijada por México durante la citada Cumbre Mundial de los Sistemas Alimentarios. El compromiso de México para sumarse a la creación de la Coalición para los Alimentos Acuáticos/Azules, así como la referencia a la gestión sostenible de los mares mexicanos para garantizar la autosuficiencia alimentaria incluida en un reciente memorándum de entendimiento firmado por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, son coyunturas a las que se debe dar seguimiento y alinear con el resto de las políticas nacionales relacionadas a esta materia.
Acciones contundentes hoy
Para aprovechar todo el potencial de los alimentos acuáticos, debemos asegurar que sus productores, especialmente de pequeña escala y sus comunidades, tengan una representación activa y real en la discusión sobre la transformación de los sistemas alimentarios, así como en la toma de decisiones alrededor de su actividad pesquera y acuícola. Al mismo tiempo, es necesario promover políticas públicas dirigidas específicamente a la pesca y la acuacultura, alineadas con los objetivos de sostenibilidad, inclusión y resiliencia que se busca para los sistemas alimentarios, de manera que los alimentos acuáticos puedan no solo estar disponibles sino ser asequibles para todas las personas, especialmente para los sectores de la población que más lo necesitan.
Si realizamos hoy acciones contundentes que transformen los sistemas alimentarios y garanticen el derecho humano a la alimentación, podemos evitar que 660 millones de personas en el mundo padezcan hambre dentro de diez años. En ello, promover una visión de la pesca y la acuacultura como productores de alimento es la clave para que los sistemas alimentarios sean efectivamente inclusivos, sostenibles y resilientes.